martes, 2 de abril de 2013

El Rock y las Malvinas



Cuando en abril de 1982 los militares que estaban en el gobierno decidieron invadir las Islas Malvinas como una forma de recuperar la bendición popular (cosa que lograron por unos días, con plazas llenas y gente cada vez más patriota por lo que sucedía a miles de kilómetros al sur), restringieron, con la inteligencia que los caracterizó, la difusión de música en inglés por las radios. Esto sirvió como trampolín para el rock nacional, un género que por entonces se movía por una suerte de under, con voces que se levantaban, mediante el uso de la poesía y la metáfora, contra las formas de la tiranía.

La Guerra de Malvinas pobló las radios de ese género que ya había superado la etapa de embrionario para convertirse en toda una movida cultural, y hasta se organizaron festivales multitudinarios que convocaban a esa juventud que había padecido la represión en sus múltiples formas y, para colmo, una guerra.

Y, por supuesto, sería el rock el estilo musical que se hiciera cargo de criticar la guerra y poner de manifiesto la locura de aquellos que se arrogaban el mote de salvadores de la Argentina.

Durante esos años, los últimos de la dictadura y los primeros de la democracia, cinco canciones, si bien hubo algunas más, se convirtieron en icónicas de un grito pacificador, un grito que llegaba, justamente, desde la juventud que había sido acallada durante un más de un lustro.

El primero en llevar la guerra a sus letras fue Charly García, en el disco Yendo de la cama al living (1982), donde incluyó el tema No bombardeen Buenos Aires, en el que denunciaba que “los ghurkas siguen avanzando, los viejos siguen en TV, los jefes de los chicos toman whisky con los ricos mientras los obreros hacen masa en la plaza como aquella vez”, y jugaba con eso de “si querés escucharé a la BBC”, opción que por estos lares era extrañamente posible por las noches despejadas, cuando, como muy a lo lejos, en la frecuencia AM y con una radio común, podían oírse voces en inglés que, era de suponerse, nos amenazaban.

Ya en 1983, con la dictadura en retirada y el rock instalado en las radios, aparecerían tres canciones en las que Malvinas estaba presente. Reina Madre, de Raúl Porchetto; La isla de la buena memoria, de Alejandro Lerner, y Mil horas,de Los Abuelos de la Nada.
Reina Madre, incluida en el disco homónimo, describía la frialdad con la que tomaban el asunto los dirigentes, en este caso, la reina, y le ponía voz a un anónimo soldado inglés que recapacitaba acerca de su acción en las islas y de los motivos para viajar tan lejos de su casa a matar a aquellos que eran igual a él.

Difícil olvidar aquel lacónico gemido de “Pero, madre, ¿qué está pasando acá?”.
La isla de la buena memoria, incluida en el disco Todo a pulmón, le daba la palabra a un soldado argentino que al final moría, con muchas obviedades y lugares comunes, poco ingenio, tal vez, para referirse musicalmente al tema, pero, justamente por todo esto, destinada a clavarse en el corazón herido de los oyentes.

“Ya se escuchan los disparos entre muerte y libertad, cae mi cuerpo agujereado, ya no podré cantar más”, decía el soldado en su despedida.
En tanto, Mil horas, del disco Vasos y besos, mucho más poética que las dos anteriores, encaraba el tema desde uno de sus costados, llevando los pesares de la guerra, como en el caso de Charly García, a la cotidianeidad, mostrando la guerra como un mal general, innecesario y absurdo.

Mil horas se convirtió de inmediato y para siempre en un ícono del rock nacional, incluyendo no sólo el miedo al extranjero invasor, sino también al coterráneo genocida al decir: “En el circo, vos ya sos una estrella, una estrella roja que todos se la imaginan. Si te preguntan, vos no me conocías, no, no, no”.
La quinta canción que tuvo a la Guerra de Malvinas como tema fue Decisiones apresuradas, del disco Giros (1985), de Fito Páez. Con la bronca que caracterizaba a varias de las canciones del rosarino por aquella época, Decisiones apresurabas comenzaba con un fortísimo “Cocaína, alguien decide por el país, no me culpen, no estoy dispuesto para morir en un crucifico”, y más adelante dejaba una sentencia definitiva: “Una guerra no es un negocio ni una ilusión, una guerra es sangre”, para concluir una voz en el fondo, un claro remedo de general borracho, que enunciaba: “Yo quiero decirles que no cederemos un solo metro de las tierras irredentas conquistadas. Y quiero… representarlos… Hacer… Ser el hombre que decida… que decida lo que ustedes tienen que hacer…”.

Por Alejandro Frias
A 31 años de la guerra seguimos recordando!

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